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domingo, 21 de septiembre de 2014

ABRAHAM VALDELOMAR PINTO cuarto

EL POSTMODERNISMO
MOVIMIENTO COLÓNIDA     Movimiento liderado por ABRAHAM VALDELOMAR PINTO.
COLÓNIDA” deriva de la revista del mismo nombre que servía de vocero al movimiento allá por el año 1916.  Los colónidos cumplieron una función renovadora. Sacudieron la Literatura Peruana. Representaron un espíritu crítico y de rebeldía literaria, libraron una dura batalla contra la moda y las castas literarias. Admiraron la belleza formal y se sintieron deslumbrados por la imagen y el color.
Cultivaron la expresión sencilla y tierna, destacando la vida provinciana
I.             GENERALIDADES: Surge cuando llegaba el ocaso del Modernismo. El nombre de este movimiento se deriva de la revista                         "Colónida" (1916) que fundó Abraham Valdelomar.
II.           CARACTERÍSTICAS:
a.               Peruanidad en los temas.            b.         Evocación nostálgica de la vida provinciana.
c.               Inspiración en hechos cotidianos.          d.             Expresión sencilla y tierna.
III.          REPRESENTANTES: Abraham Valdelomar, Federico More, Percy Gibson, Pablo Abril, José Carlos Mariátegui, José María Eguren, Luis Alberto Sánchez, etc.

ABRAHAM VALDELOMAR PINTO
“EL CONDE DE LEMOS”
Nació en Ica el 16 de abril de 1888. Estudió en el colegio “Guadalupe”
- Fue partidario del presidente Billinghurst, Director del Diario “El Peruano”
- Fue diplomático en Italia.
- Se le conoce como el seudónimo de “El Conde de Lemos”
- Fue Diputado Regional por Ica, falleció en Ayacucho en 1 919.
- Se le considera el mejor cuentista de la Costa Peruana.
- Murió en Ayacucho el 2 de noviembre de 1919.

Rasgos Biográficos
Nació en Ica el 15 de abril de 1888. Vivió su niñez en el puerto de Pisco. Su infancia rural, vinculada al mar y a la campiña influyó en sus cuentos y poesía.
Llegó a Lima y estudió su secundaria en el colegio Guadalupe. Siendo aún colegial publicó la revista "Idea Guadalupana".
Ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad Mayor de San Marcos.
Apoyó la candidatura presidencial de Guillermo Billinghurst. Cuando éste asume el poder en 1912, lo nombra Director del diario oficial "El Peruano". Un año después viaja a Italia con cargo diplomático. En dicho país escribe su obra cumbre "El Caballero Carmelo".
En 1914, Oscar Rabines Benavides derroca a Billinghurst. Valdelomar renuncia a su cargo diplomático y regresa al Perú. Se dedica a la actividad periodística y a la creación de sus obras. En 1916 funda y dirige la revista "Colónida", expresión de una corriente esteticista en el Perú.
Otra vez movido por la política se dedica a realizar giras por provincias y dar conferencias. Fue elegido representante al Congreso Regional del Centro, modalidad política del nuevo gobierno de Augusto Bernardino Leguía. Muere trágicamente al asistir a una reunión de ese congreso en la ciudad de Ayacucho, el 2 de noviembre de 1919, a la edad de 31 años.

Producción Literaria: Cultivó casi todos los géneros. Rescata el valor de las cosas cotidianas del hogar, la significación de la provincia y las características de la costa.
La mayoría de sus obras se caracteriza por el tono nostálgico, tierno e íntimo. Destacó más en el cuento y en la poesía. En ellos evoca frecuentemente escenas familiares de su infancia rural, aldeana vinculada al mar y a la campiña de Pisco.
OBRAS  Sus principales creaciones son:
●             Cuento: "El Caballero Carmelo", "Los hijos del sol", "Los ojos de Judas", "Cuentos yanquis",  "Cuentos chinos" y otros. Hebaristo, el Sauce que murió de amor, Yerba Santa   El Vuelo de los Cóndores
●             Poesía: Tiene variados poemas sueltos. En "Las voces múltiples (1916)", él mismo reunió algunos de ellos. Tristitia       El Hermano Ausente en la Cena Pascual
●             Novela: "La ciudad muerta", "La ciudad de los tísicos", "Yerba santa".

TEATRO:          - El Vuelo - Verdolaga  - La Mariscala (con la colaboración de José Carlos Mariátegui)

Debes narrar el contenido de un cuento de ABRAHAM VALDELOMAR PINTO

LA VIDA ES SUEÑO tercero

LA VIDA ES SUEÑO

Cuando nace Segismundo, hijo de Basilio, rey de Polonia, los augurios vaticinan que un día destronará y humillará a sus padres. Para evitar ese vaticinio, el rey manda que encierren a su hijo en un torre, donde solo es asistido por un ayo Clotaldo. Cuando su hijo es ya mozo; el rey quiere probar la veracidad de los vaticinios y para ello manda por la suntuosidad del palacio y cree estar soñando. Se le revela su noble origen, y convencido por los cortesanos de ue es rey, da rienda suelta a sus feroces instintos. Mata a un criado e insulta a su padre. Convencido el Rey de la verdad de la profecía, manda narcotizarlo nuevamente y es trasladado nuevamente a la torre. Cuando despierta Segismundo cree que ha estado soñando y pronuncia el famoso monólogo sobre las vanidades del mundo.
El Rey Basilio se propone dar el gobierno a un pariente extranjero, mas el pueblo se subleva y liberta a Segismundo. Este entonces vence a su padre, pero escarmentado por la experiencia pasada, se comporta con justicia: se somete a su padre y todo hace preveer que cuando lo suceda a su muerte, será un rey ejemplar

ANÁLISIS DE LA OBRA:
  Género Literario           :Drama de carácter filosófico que plantea un problema profundo que inquieta y ha inquietado
y tema                                              al hombre, ¿Qué es la vida?, es la angustiosa interrogante que el autor pone en labios de Segismundo; esta interrogante es la piedra angular de todo tiempos inmemoriales: el porqué de la vida.

Los personajes                     :               Los personajes son profundamente humanos: Segismundo, el protagonista, es un hombre que siente odio, deseos de venganza, pero que también es capaz de recapacitar, de reflexionar, de amar.

El padre de Segismundo, Basilio, es un rey, pero un rey temeroso, temeroso de perder su trono y su poder y este temor e inseguridad lo llevan a cometer una cruel injusticia en contra de su propio hijo.
Ambiente                    :               La torre de un castillo, es el ambiente en el que por más tiempo se mueven los personajes del drama; es el ambiente más adecuado par fijar el ideal estético del autor, crear un mundo ideal que nos lleva a la reflexión, a la meditación.
El lenguaje                   :               Es elevado y elegante, lleno de Metáforas y Símiles, pero también lleno de conceptos como:
“estamos en un mundo tan singular,
que el vivir solo es soñar.
Y la experiencia me enseña
que el hombre que vive, sueña
lo que es hasta despertar...”

1.                   ¿A qué escuela pertenece Calderón de la Barca?
2.                   ¿Cómo se distingue la vida de Calderón de la de Lope?
3.                   ¿Cómo se clasifica toda la obra de Calderón?
4.                   ¿Qué estilo cultivó Calderón?  
5.                  ¿Cuál es el argumento de “La vidad es sueño”?
6.                   ¿Por qué Segismundo se considera infeliz?
7.                   ¿Cuál es el delito mayor del hombre?
8.                   ¿Qué quieren decir estos versos?
“En llegando a esta pasión
un volcán, un Etna hecho,
quisiera arrancar del pecho
pedazos de corazón...”

9.    ¿Cuál es la característica principal del teatro de Calderón de la Barca?

10. Comenta el comportamiento de Segismundo

martes, 16 de septiembre de 2014

EL MODERNISMO EN LA NARRATIVA 4to

EL MODERNISMO EN LA NARRATIVA
CLEMENTE PALMA            (Lima 1 872 - 1 946)
Hijo del gran tradicionalista, encabeza, a su vez, la primera reacción contra el reinado de la tradición y del realismo.
A Clemente se le nota una narrativa cuentística dentro de la morbosidad y la fantasmagoría a lo Poe. Cabe mencionar que Edgard Allan Poe habría señalado el camino de este género literario y sería uno de los maestros que influyeran en la configuración del mismo, al lado de los franceses y los eslavos. El cuento a partir de Poe fue concreto, con este acontecimiento sorpresa, no se entrega a detalles, ni a la naturaleza, ni al ambiente, como tampoco a la morosidad discursiva de la novela, dando así el impacto que caracteriza fundamentalmente al cuento.
Obras:
-              Había una vez un hombre
-              Los canastos
-              Cuento malévolos
-              El quinto evangelio
-              El hijo pródigo
-              La granja blanca
-              La leyenda de Hachison
-              Historia malignas
-              Los ojos de Lina
-              X, Y, Z (Novela grotesca)

VENTURA GARCÍA CALDERÓN
Nació en París en 1 886. Fue hijo del ex - presidente Francisco García Calderón. Estudió en el colegio "La Recoleta", posteriormente en la universidad de San Marcos, estudió letras, ciencias políticas y derecho.
Fue canciller del consulado del Perú en París y en Londres. En 1 930 presidió la delegación peruana ante la Sociedad de Naciones (Hoy O.N.U)
Falleció en París en  1 959.
Obras:
"La venganza del Cóndor"
"Dolorosa y desnuda realidad"
"Los mejores cuentos americanos"
"Virajes"
"Del romanticismo el modernismo"
"Vale un Perú"
Apreciación
Fue modernista por su estilo y por espíritu, de refinada línea, su obra literaria es de gran trascendencia.
En 1 934 fue presentado como candidato al Premio Nobel de Literatura, sin mayor fortuna. En su obra presenta acontecimientos pertenecientes a nuestra realidad geográfica, en sus cuentos maneja con indudable eficiencia la Técnica del cuento, destacado entre ello. "Coca", "El alfiler" "Yacu mama"

César Vallejo opinó acerca de Ventura García Calderón: "Lo tengo entre los maestros de todos los tiempos del idioma”

domingo, 14 de septiembre de 2014

el alfiler 4to


EL ALFILER                         De La Venganza del Cóndor VENTURA GARCÍA CALDERÓN

                La bestia cayó de bruces, agonizante, rezumando sudor y sangre, mientras el jinete, en su santiamén, saltaba a tierra al pie de la escalera monumental de la hacienda Ticabamba. Por el obeso balcón de cedro asomó la cabeza fosca del hacendado, don Timoteo Mondaraz, interpelando al recién venido, que temblaba.
                Era burlona la voz de sochantre del viejo tremendo:
-              Qué te pasa, Borradito? Te están repiqueteando las choquezuelas…¡Si no nos comemos aquí a la gente! Habla, no más …
                El borrachito, llamado así en el valle por el rostro picado de viruelas, asía con desesperada mano el sombrero de jipijapa, y quiso explicar tantas cosas a la vez - la desgracia súbita, su galope nocturno de veinte lenguas, la orden de llegar en pocas horas, aunque reventara la bestia en el camino -, que enmudeció por un minuto.
De repente, sin respirar, exhaló su ingenua retahíla:
                Si don Timoteo no sacó el revólver, como siempre que se hallaba conmovido, fue, sin duda, por mandato especial de la Providencia: pero estrujó el brazo del criado, queriéndole extirpar mil detalles.
-              ¿Anoche?… ¿Está muerta?… ¿Grimanesa? …
                Algo advirtió quizá en las oscuras explicaciones del Borrachito, pues sin decir palabra, rogando que no despertaran a su hija, "la niña Ana María", bajó él mismo a ensillar su mejor "caballo de paso". Momentos después galopaba a la hacienda de su yerno, Conrado Basadre, que el año último casara con Grimanesa, la linda y pálida amazona, el mejor partido de todo el valle. Fueron aquellos desposorios una fiesta sin par, con sus fuegos de bengala, sus indias danzantes de camisón morado, sus indias, que todavía lloran la muerte de los incas, ocurrida en siglos remotos, pero reviviscente en la endecha de la raza humillada, como los cantos de Sión en la terquedad sublime de la Biblia.
                Luego, por los mejores caminos de sementeras, había divagado la procesión de santos antiquísimos que ostentaban en el ruedo de velludo carmesí cabezas disecadas de salvajes. Y el matrimonio tan feliz de una linda moza con el simpático y arrogante Conrado Basadre terminaba así… ¡Badajo!…
                Hinchando las espuelas nazarenas, don Timoteo pensaba, aterrado, en aquel festejo trágico. Quería llegar en cuatro horas a Sincavilca, el antiguo feudo de los Basadre.
En la tarde ya vencida, se escuchó otro galope resonante, premioso, sobre los cantos rosados de la montaña. Por  prudencia, el anciano disparó al aire, gritando:
-              ¿Quién vive?
Refrenó su carreta el jinete próximo y, con voz que disimulaba mal su angustia, gritó a su vez:
-              ¡Amigo, soy yo! ¿No me conoce? El administrador de Sincalvilca. Voy a buscar al cura para el entierro.
Estaba tan turbado el hacendado, que no preguntó por qué corría tanta prisa en llamar al cura si Grimanesa estaba muerta, y por que razón no se hallaba en la hacienda de capellán. Dijo adiós con la mano y estimuló a su cabalgadura, que arrancó a galopar con el flanco lleno de sangre.
                Desde el inmenso portalón que clausuraba el patio de la hacienda, aquel silencio acongojaba. Hasta los perro, enmudecidos, olfateaban la muerte. En la casa colonial, las grandes puertas claveteadas de plata ostentaban ya crespones en forma de cruz. Don Timoteo atravesó los grandes salones desiertos, sin quitarse las espuelas nazarenas, hasta llegar a la alcoba de la muerta, en donde sollozaba Conrado Basadre. Con voz empeñada por el llanto, rogó el viejo a su yerno que lo dejara solo un momento. Y cuando hubo cerrado la puerta con sus manos, rugió su dolor durante horas, insultando a los santos, llamando a Grimanesa por su nombre, besando la mano inanimada, que volvía a caer sobre las sábanas, entre jazmines de Cabo y alhelíes. Sería y ceñuda por primera vez, reposaba Grimanesa como una santa, con las trenzas ocultas en la corneta de las carmelitas y el lindo talle prisionero en el hábito, según la costumbre religiosa en el valle, para santificar a las lindas muertas. Sobre su pecho colocaron un bárbaro crucifijo de plata que había servido a un abuelo suyo para trucitar rebeldes en una antigua sublevación de los indios.
                Al besar dos Timoteo la santa imagen quedó entreabierto el hábito de la muerta, y algo advirtió, aterrado, pues se le secaron las lágrimas de repente y se alejó del cadáver como enloquecido, con repulsión extraña. Entonces miró a todos lados, escondió un objeto en el pocho, y sin despedirse de nadie, volvió a montar, regresando a Ticabamba en la noche cerrada.
                Durante siente meses nadie fue de una hacienda a otra ni pudo explicarse este silencio. ¡Ni siquiera habían asistido al entierro! Don Timoteo vivía enclaustrado en su alcoba, olorosa a estoraque, sin hablar días enteros, sordo a las súplicas de Ana María, tan hermosa como su hermana Grimanesa, que vivía adorando y temiendo al padre terco. Nunca pudo saber la causa del extraño desvío ni por qué no venía Conrado Basadre.
Pero un domingo claro de junio se levantó don Timoteo de buen humor, y propuso a Ana María que fueran juntos a Sincavilca después de misa. Era tan inesperada aquella resolución, que la chiquilla transitó por la casa durante la mañana entera como enajenada, probándose al espejo las largas faldas de amazona y el sobrero de jipijapa, que fue preciso fijar en las oleosas crenchas con un largo estilete de oro.
                Cuando el padre la vio así, dijo, turbado, mirando el alfiler:
-              Vas a quitarte ese adefesio...
                Ana maría obedeció suspirando, resulta, como siempre, a no adivinar el misterio de aquel padre violento.
                Cuando llegaron a Sincavilca, Conrado estaba domando un potro nuevo, con la cabeza descubierta a todo sol, hermoso y arrogante en la silla negra con clavos y remaches de plata. Desmontó de un salto, y al ver a Ana María, tan parecida a su hermana, en gracia zalamera, la estuvo mirando largo rato, embebecido.
                Nadie habló de la desgracia ocurrido ni mentó a Grimanesa; pero Conrado corto sus espléndidos y carnales jazmines de Cabo para obsequiarlos a Ana María. Ni siquiera fueron a visitar la tumba de la muerta, y hubo un silencio enojoso cuando la nodriza vieja vino a abrazar a la “niña”, llorando.
                ¡Jesús,. María y José! ¡Tan linda como mi amita! ¡Un capulí!
                Desde entonces, cada domingo se repetía la visita a Silcavilca. Conrado y Ana María pasaban el día mirándose en los ojos y oprimiéndose dulcemente las manos cuando el viejo volvía el rostro para contemplar un nuevo corte de caña madura. Y un lunes de fiesta, después  del domingo encendido en que se besaron por primera vez, llegó Conrado a Ticabamba, ostentando la elegancia vistosa de los días de feria, terciado el poncho violeta sobre el pellón de carnero, bien peinada y luciente la crin de su caballo, que “braceaba” con escorzo elegante y clavaba el espumeante belfo en el pecho, como los palafrenes de los libertadores.
                Con la solemnidad de las grande horas, preguntó por el hacendado, y no le llamó, con el respeto de siempre, “don Timoteo”, sino que murmuró, como en el tiempo antiguo, cuando era novio de Grimanesa.:
-              Quiero hablarle, mi padre.
                Se encerraron en el salón colonial, donde estaba todavía el retrato de la hija muerta. El viejo, silencioso, esperó que Conrado, turbadísimo, le fuera explicando, la indecisa y vergonzante voz, su deseo de casarse con Ana María. Medió una pausa tan larga, que don Timoteo, con los ojos entrecerrados, parecía dormir.
                De súbito, ágilmente, como si los años no pasaran en aquella férrea constitución de hacendado peruano, fue a abrir una caja de hierro, de antiguo estilo y complicada llavería, que era menester solicitar con mi ardides y un “santo seña” escrito en un candado. Entonces, siempre silencioso, cogió allí un alfiler de oro. Era uno de esos tipos que cierran el  manto de las indias y terminan en hoja de coca, pero más largo, agudísimo y manchado de sangre negra.
                Al verlo, Conrado cayó de rodillas. Gimoteando como un reo, manifestó:
-              ¡Grimanesa, mi pobre Grimanesa!
                Mas el viejo advirtió, con un violento ademán, que no era el momento de llorar. Disimulando con un esfuerzo sobrehumano su turbación, murmuró en voz tan sorda que no se comprendía apenas:
-              Si, se lo saqué yo del pecho cuando estaba muerta... Tú le habías clavado este alfiler en el corazón... ¿no es cierto? Ella te faltó quizá...
-              Sí, mi padre.
-              ¿Se arrepintió al morir?
-              Sí, mi padre.
-              ¿Nadie lo sabe?
-              No, mi padre.
-              ¿Por qué no lo mataste también?
-              ¡Huyó como un cobarde!
-              ¿Juras matarlo si regresa?
-              ¡Sí, mi padre!
                El viejo carraspeó sonoramente, estrujó la mano de Conrado, y dijo, ya sin aliento:
-              ¡Sí ésta también te engaña, haz lo mismo! ... ¡Toma! ...
                Entregó el alfiler de oro, solemnemente, como otorgaban los abuelos la espada al nuevo caballero, y con brutal repulsa, apretándose el corazón desfalleciente, indicó al yerno que se marchará enseguida, porque era bueno que alguien viera sollozar al tremendo y justiciero don Timoteo Mondaraz.

 
COMPRENSIÓN DE LECTURA
1.             Haz una relación de los personajes principales del cuento
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2.             Menciona los lugares donde se desarrollan los hechos.
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3.             Explica la actitud de Don Timoteo, al abandonar a su difunta hija
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4.             ¿Qué ideas expresa el autor?
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5.             Comenta la actitud de Don Timoteo al final de la obra
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LOS OJOS DE LINA   CLEMENTE PALMA

El teniente Jym de la Armada inglesa era nuestro amigo. Cuando entró en la Compañía Inglesa de Vapores le veíamos cada mes y pasábamos una o dos noches con él en alegre francachela. Jym había pasado gran parte de su juventud en Noruega, y era un insigne bebedor de wisky y de ajenjo; bajo la acción de estos licores le daba por cantar con voz estentórea lindas baladas escandinavas, que después nos traducía. Una tarde fuimos a despedirnos de él a su camarote, pues al día siguiente zarpaba el vapor para San Francisco. Jym no podía cantar en su cama a voz en cuello, como tenía costumbre, por razones de disciplina naval, y resolvimos pasar la velada refiriéndonos historias y aventuras de nuestra vida, sazonando las relaciones con sendos sorbos de licor. Serían las dos de la mañana cuando terminamos los visitantes de Jym nuestras relaciones; sólo Jym faltaba y le exigimos que hiciera la suya. Jym se arrellanó en un sofá; puso en una mesita próxima una pequeña botella de ajenjo y un aparato para destilar agua; encendió un puro y comenzó a hablar del modo siguiente:

No voy a referiros una balada ni una leyenda del Norte, como en otras ocasiones; hoy se trata de una historia verídica, de un episodio de mi vida de novio. Ya sabéis que, hasta hace dos años, he vivido en Noruega; por mi madre soy noruego, pero mi padre me hizo súbdito inglés. En Noruega me casé. Mi esposa se llama Axelina o Lina, como yo la llamo, y cuando tengáis la ventolera de dar un paseo por Christhianía, id a mi casa, que mi esposa os hará con mucho gusto los honores.

Empezaré por deciros que Lina tenía los ojos más extrañamente endiablados del mundo. Ella tenía diez y seis años y yo estaba loco de amor por ella, pero profesaba a sus ojos el odio más rabioso que puede caber en corazón de hombre. Cuando Lina fijaba sus ojos en los míos me desesperaba, me sentía inquieto y con los nervios crispados; me parecía que alguien me vaciaba una caja de alfileres en el cerebro y que se esparcían a lo largo de mi espina dorsal; un frío doloroso galopaba por mis arterias, y la epidermis se me erizaba, como sucede a la generalidad de las personas al salir de un baño helado, y a muchas al tocar una fruta peluda, o al ver el filo de una navaja, o al rozar con las uñas el terciopelo, o al escuchar el frufrú de la seda o al mirar una gran profundidad. Esa misma sensación experimentaba al mirar los ojos de Lina. He consultado a varios médicos de mi confianza sobre este fenómeno y ninguno me ha dado la explicación; se limitaban a sonreír y a decirme que no me preocupara del asunto, que yo era un histérico, y no sé qué otras majaderías. Y lo peor es que yo adoraba a Lina con exasperación, con locura, a pesar del efecto desastroso que me hacían sus ojos. Y no se limitaban estos efectos a la tensión álgida de mi sistema nervioso; había algo más maravilloso aún, y es que cuando Lina tenía alguna preocupación o pasaba por ciertos estados psíquicos y fisiológicos, veía yo pasar por sus pupilas, al mirarme, en la forma vaga de pequeñas sombras fugitivas coronadas por puntitos de luz, las ideas; sí, señores, las ideas. Esas entidades inmateriales e invisibles que tenemos todos o casi todos, pues hay muchos que no tienen ideas en la cabeza, pasaban por las pupilas de Lina con formas inexpresables. He dicho sombras porque es la palabra que más se acerca. Salían por detrás de la esclerótica, cruzaban la pupila y al llegar a la retina destellaban, y entonces sentía yo que en el fondo de mi cerebro respondía una dolorosa vibración de las células, surgiendo a su vez una idea dentro de mí.
Se me ocurría comparar los ojos de Lina al cristal de la claraboya de mi camarote, por el que veía pasar, al anochecer, a los peces azorados con la luz de mi lámpara, chocando sus estrafalarias cabezas contra el macizo cristal, que, por su espesor y convexidad, hacía borrosas y deformes sus siluetas. Cada vez que veía esa parranda de ideas en los ojos de Lina, me decía yo: ¡Vaya! ¡Ya están pasando los peces! Sólo que éstos atravesaban de un modo misterioso la pupila de mi amada y formaban su madriguera en las cavernas oscuras de mi encéfalo.

Pero ¡bah!, soy un desordenado. Os hablo del fenómeno sin haberos descrito los ojos y las bellezas de mi Lina. Lina es morena y pálida: sus cabellos undosos se rizaban en la nuca con tan adorable encanto, que jamás belleza de mujer alguna me sedujo tanto como el dorso del cuello de Lina, al sumergirse en la sedosa negrura de sus cabellos. Los labios de Lina, casi siempre entreabiertos, por cierta tirantez infantil del labio superior, eran tan rojos que parecían acostumbrados a comer fresas, a beber sangre o a depositar la de los intensos rubores; probablemente esto último, pues cuando las mejillas de Lina se encendían, palidecían aquéllos. Bajo esos labios había unos dientes diminutos tan blancos, que iluminaban la faz de Lina, cuando un rayo de luz jugaba sobre ellos. Era para mí una delicia ver a Lina morder cerezas; de buena gana me hubiera dejado morder por esa deliciosa boquita, a no ser por esos ojos endemoniados que habitaban más arriba. ¡Esos ojos! Lina, repito, es morena, de cabellos, cejas y pestañas negras. Si la hubierais visto dormida alguna vez, yo os hubiera preguntado: ¿De qué color creéis que tiene Lina los ojos? A buen seguro que, guiados por el color de su cabellera, de sus cejas y pestañas me habríais respondido: negros. ¡Qué chasco! Pues, no, señor; los ojos de Lina tenían color, es claro, pero ni todos los oculistas del mundo, ni todos los pintores habrían acertado a determinarlo ni a reproducirlo. Los ojos de Lina eran de un corte perfecto, rasgados y grandes; debajo de ellos una línea azulada formaba la ojera y parecía como la tenue sombra de sus largas pestañas. Hasta aquí, como veis, nada hay de raro; éstos eran los ojos de Lina cerrados o entornados; pero una vez abiertos y lucientes las pupilas, allí de mis angustias. Nadie me quitará de la cabeza que, Mefistófeles tenía su gabinete de trabajo detrás de esas pupilas. Eran ellas de un color que fluctuaba entre todos los de la gama, y sus más complicadas combinaciones. A veces me parecían dos grandes esmeraldas, alumbradas por detrás por luminosos carbunclos. Las fulguraciones verdosas y rojizas que despedían se irisaban poco a poco y pasaban por mil cambiantes, como las burbujas de jabón, luego venía un color indefinible, pero uniforme, a cubrirlos todos, y en medio palpitaba un puntito de luz, de lo más mortificante por los tonos felinos y diabólicos que tomaba. Los hervores de la sangre de Lina, sus tensiones nerviosas, sus irritaciones, sus placeres, los alambicamientos y juegos de su espíritu, se denunciaban por el color que adquiría ese punto de luz misteriosa.
Con la continuidad de tratar a Lina llegué a traducir algo los brillores múltiples de sus ojos. Sus sentimentalismos de muchacha romántica eran verdes, sus alegrías, violadas, sus celos amarillos, y rojos sus ardores de mujer apasionada. El efecto de estos ojos en mí era desastroso. Tenían sobre mí un imperio horrible, y en verdad yo sentía mi dignidad de varón humillada con esa especie de esclavitud misteriosa, ejercida sobre mi alma por esos ojos que odiaba como a personas. En vano era que tratara de resistir; los ojos de Lina me subyugaban, y sentía que me arrancaban el alma para triturarla y carbonizarla entre dos chispazos de esas miradas de Luzbel. Por último, con el alma adiente de amor y de ira, tenía yo que bajar la mirada, porque sentía que mi mecanismo nervioso llegaba a torsiones desgarradoras, y que mi cerebro saltaba dentro de mi cabeza, como un abejorro encerrado dentro de un horno. Lina no se daba cuenta del efecto desastroso que me hacían sus ojos.

Todo Christhianía se los elogiaba por hermosos y a nadie causaban la impresión terrible que a mí: sólo yo estaba constituido para ser la víctima de ellos. Yo tenía reacciones de orgullo; a veces pensaba que Lina abusaba del poder que tenía sobre mí, y que se complacía en humillarme; entonces mi dignidad de varón se sublevaba vengativa reclamando imaginarios fueros, y a mi vez me entretenía en tiranizar a mi novia, exigiéndola sacrificios y mortificándola hasta hacerla llorar. En el fondo había una intención que yo trataba de realizar disimuladamente; sí, en esa valiente sublevación contra la tiranía de esas pupilas estaba embozada mi cobardía: haciendo ¡orar a Lina la hacía cerrar los ojos, y cerrados .os ojos me sentía libre de mi cadena. Pero la pobrecilla ignoraba el arma terrrible que tenía contra mí; sencilla y candorosa, la buena muchacha tenía un corazón de oro y me adoraba y me obedecía. Lo más curioso es que yo, que odiaba sus hermosos ojos, era por ellos que la quería. Aun cuando siempre salía vencido, volvía siempre a luchar contra esas terribles pupilas, con la esperanza de vencer. ¡Cuántas veces las rojas fulguraciones del amor me hicieron el efecto de cien cañonazos disparados contra mis nervios! Por amor propio no quise revelar a Lina mi esclavitud.

Nuestros amores debían tener una solución como la tienen todos: o me casaba con Lina o rompía con ella. Esto último era imposible, luego tenía que casarme con Lina. Lo que me aterraba, de la vida de casado, era la perduración de esos ojos que tenían que alumbrar terriblemente mí vejez. , Cuando se acercaba la época en que debía pedir la mano de Lina a su padre, un rico armador, la obsesión de los ojos de ella me era insoportable. De noche los veía fulgurar como ascuas en la oscuridad de mí alcoba; veía al techo y allí estaban terribles y porfiados; miraba a la pared y estaban incrustados allí; cerraba los ojos y los veía adheridos sobre mis párpados con una tenacidad luminosa tal, que su fulgor iluminaba el tejido de arterías y venillas de la membrana. Al fin, rendido, dormía, y las miradas de Lina llenaban mí sueño de redes que se apretaban y me estrangulaban el alma. ¿Qué hacer? Formé mil planes; pero no sé sí por orgullo, amor, o por una noción del deber muy grabada en mí espíritu, jamás pensé en renunciar a Lina.

El día en que la pedí, Lina estuvo contentísima. ¡Oh, cómo brillaban sus ojos y qué endiabladamente! La estreché en mis brazos delirante de amor, y al besar sus labios sangrientos y tibios tuve que cerrar los ojos casi desvanecido.
-¡Cierra los ojos, Lina mía, te lo ruego!
Lina, sorprendida, los abrió más, y al verme pálido y descompuesto me preguntó asustada, cogiéndome las manos:
-¿Qué tienes, Jym?... Habla. ¡Dios Santo¡ ... ¿Estás enfermo? Habla.
-No ... perdóname; nada tengo, nada... -le respondí sin mirarla.
-Mientes, algo te pasa...
-Fue un vahído, Lina... Ya pasará...
-¿Y por qué querías que cerrara los ojos? No quieres que te mire, bien mío.
No respondí y la miré medroso. ¡Oh!, allí estaban esos ojos terribles, con todos sus insoportables chísporroteos de sorpresa, de amor y de inquietud. Lina, al notar mí turbado silencio, se alarmó más. Se arrodilló sobre mis rodillas, cogió mí cabeza entre sus manos y me dijo con violencia:
-No, Jym, tú me engañas, algo extraño pasa
en ti desde hace algún tiempo: tú has hecho algo malo, pues sólo los que tienen un peso en la conciencia no se atreven a mirar de frente. Yo te conoceré en los ojos, mírame, mírame.
Cerré los ojos y la besé en la frente.
-No me beses, mírame, mírame.
-¡Oh, por Dios, Lina, déjame! ...
-¿Y por qué no me miras? -insistió casi llorando.
Yo sentía honda pena de mortificarla y a la vez mucha vergüenza de confesarle mí necedad: -No te miro, porque tus ojos me asesinan; porque les tengo un miedo cerval, que no me explico, ni puedo reprimir-. Callé, pues, y me fui a mí casa, después que Lina dejó la habitación llorando.

Al día siguiente, cuando volví a verla, me hicieron pasar a su alcoba: Lina había amanecido enferma con angina. Mí novia estaba en cama y la habitación casi a oscuras. ¡Cuánto me alegré de esto último! Me senté junto al lecho, le hablé apasionadamente de mis proyectos para el futuro. En la noche había pensado que lo mejor para que fuéramos felices, era confesar mis ridículos sufrimientos. Quizá podríamos ponernos de acuerdo... Usando anteojos negros... quizá. Después que le referí mis dolores, Lina se quedó un momento en silencio.
-¡Bah, que tontería! -fue todo lo que contestó.

Durante veinte días no salió Lina de la cama y había orden del médico de que no me dejaran entrar. El día en que Lina se levantó me mandó llamar. Faltaban pocos días para nuestra boda, y ya había recibido infinidad de regalos de sus amigos y parientes. Me llamó Lina para mostrarme el vestido de azahares, que le habían traído durante su enfermedad, así como los obsequios. La habitación estaba envuelta en una oscura penumbra en la que apenas podía yo ver a Lina; se sentó en un sofá de espaldas a la entornada ventana, y comenzó a mostrarme brazaletes, sortijas, collares, vestidos, una paloma de alabastro, dijes, zarcillos y no sé cuánta preciosidad. Allí es-
taba el regalo de su padre, el viejo armador: consistía en un pequeño yate de paseo, es decir, no estaba el yate, sino el documento de propiedad; mis regalos también estaban y también el que Lina me hacía, consistente en una cajita de cristal de roca, forrada con terciopelo rojo.

Lina me alcanzaba sonriente los regalos y yo, con galantería de enamorado, le besaba la mano. Por fin, trémula, me alcanzó la cajita.
-Mírala a la luz -me dijo- son piedras preciosas, cuyo brillo conviene apreciar debidamente.
Y tiró de una hoja de la ventana. Abrí la caja y se me erizaron los cabellos de espanto; debí ponerme monstruosamente pálido. Levanté la cabeza horrorizado y vi a Lina que me miraba fijamente con unos ojos negros, vidriosos e inmóviles. Una sonrisa, entre amorosa e irónica, plegaba los labios de mi novia, hechos con zumos de fresas silvestres. Salté desesperado y cogí violentamente a Lina de la mano.
-¿Qué has hecho, desdichada?
-¡Es mi regalo de boda! -respondió tranquilamente.
Lina estaba ciega. Como huéspedes azorados estaban en las cuencas unos ojos de cristal, y los suyos, los de mi Lina, esos ojos extraños que me habían mortificado tanto, me miraban amenazadores y burlones desde el fondo de la caja roja, con la misma mirada endiablada de siempre...

Cuando terminó Jym, quedamos todos en silencio, profundamente emocionados. En verdad que la historia era terrible. Jym tomó un vaso de ajenjo y se lo bebió de un trago. Luego nos miró con aire melancólico. Mis amigos miraban, pensativos, el uno la claraboya del camarote y el otro la lámpara que se bamboleaba a los balances del buque. De pronto, Jym soltó una carcajada burlona, que cayó como un enorme cascabel en medio de nuestras meditaciones.
-¡Hombres de Dios! ¿Creéis que haya mujer
alguna capaz del sacrificio que os he referido? Si los ojos de una mujer os hacen daño, ¿sabéis cómo lo remediará ella? Pues arrancándoos los vuestros para que no veáis los suyos. No; amigos míos, os he referido una historia inverosímil cuyo autor tengo el honor de presentaros.
Y nos mostró, levantando en alto su botellita de ajenjo, que parecía una solución concentrada de esmeraldas.

poemas 3ro y 4to


SEÑORA CONCIENCIA        4to varones
¿Por qué me atormentas señora conciencia?
¿Por qué me recuerdas cosas tan amargas, tan tristes y negras?
Llorando en silencio sus lágrimas blancas.
¿Por qué por las noches cuando todos duermen?
-¡Usted me despierta con los aguijones de oscuros recuerdos!
¿Por qué se solaza sabiéndome enfermo? –
Enfermo del alma señora conciencia.
¿Por qué cuando callo usted me grita al oído?
– ¡Aún la recuerdas! Y si acaso grito para no escucharla
Usted me repite bajito, bajito:
– bebe tu tristeza.
Y bien sabes señora conciencia que mi vino es triste de tanto buscarla. De tanto llamarla me embriago de luna y no hallo ninguna capaz de igualarla.
Yo la quise mucho señora conciencia, la quise con ansias tan desesperadas que al partir la estrella se quedó mi cielo vacío y oscuro sin sueños ni nada.
Si huelo el pañuelo que me dio una tarde, siento su perfume de piel de alborada.
Si miro una rosa contemplo su boca y hasta me imagino que aún es mi amada.
¡Vago por las calles tristes desoladas y asisto al convite de mis funerales y me veo muerto de amor serio y quieto con esa soledad de caras demacradas que escuchan en silencio lo que la gente calla… Y sin embargo piensa… ¡y el corazón estalla en una horrenda eclosión de lágrimas y rabia, de rabia si señora, de rabia ilimitada de horizontes de amor que se han cubierto de niebla sin dejarme nada, nada que no sea este dolor, esta rabia, esta ansiedad de ser feliz a toda costa, esta búsqueda inútil en mi alma, donde una herida angosta sangra… y no me queda nada!

¿Por qué me atormentas… señora conciencia?
-¡No se da usted cuenta que me está matando, no se da usted cuenta que vivo llorando sus lágrimas blancas, que olvide la risa cuando el aire pasa!
Y a cambio de todo tal vez de mi alma, en vez de olvidarla reclamo ¡venganza!
Ya sé… no es cristiano buscar la revancha. Tampoco es humano vender la esperanza de un hombre que un día pretendió ser niño, y ofreció el cariño en cáliz de plata.

Fue misa pagana su amor en mis labios, fue un triste pecado su beso de flama.
Y a cambio de todo no me queda nada que no sea el llanto que moja mi almohada.
¡Por Dios… no me acuse señora conciencia, que el dolor que siento se vuelve palabra y entonces maldigo con todas mis ansia la tarde en que ella se volvió distancia!
Pero usted no sede señora conciencia, usted es implacable, usted es tan adusta de severidad que afuera condena ¡goza en el martirio de mi soledad!
Pues si…, si. Yo la amaba… la amaba, como a nadie nunca tal vez amaré, con la fuerza viva del hombre que sueña, igual despertarme cuando no la hallé.
Por eso le ruego señora conciencia, que no me atormente, que pueda olvidarla tal vez para siempre, que una noche de estas no la piense más. Pero usted no entiende señora conciencia, es inexorable como una obsesión.
Por eso si intento quizás olvidarla, usted la señala sobre el corazón ¡y todo es inútil, inútil… inútil el sueño de quererla tanto, inútil el llanto de mi soledad. Martirio del hombre que creyó ser niño y entregó el cariño por una verdad!


Nicomedes Santa Cruz


¡AY MAMA!     4to  mujeres

¡Ay mama,
si tú me vieras...
Estoy perdido en Brasil
Entre cimbreantes palmeras!
Palmeras de talle largo,
Palmas mulatas
Endulzan mi paso amargo
Y alegran mis caminatas.

¡Ay mama,
si tú me vieras...!
Me muero al verlas venir,
Me mata verlas pasar.
No sé si debo reír
O llorar.

¡Ay mama...!¿
A la sombra de una palma
Quise librarme del sol,
Quise libarme del sol
Y me estoy quemando el alma...

Estoy perdido en Brasil
Entre cimbreantes palmeras.
¡Ay mama,
si tú me vieras,
si tú me vieras,
si tú me vieras...!
¡Ay mama!





Estudiante               tercero  columna desde donde se siente Luz Deudor
Estudiante, que empapas la mente
en ideas de maestros
 

que tiran, palabras al viento
para que recojas
 
La enseñanza del cielo.
Estudiante, que dedicas
 
tu tiempo al estudio
 
sembrando el destino
 
para la cosecha del futuro…
pero la decepción de estudiantes
que no luchan
 
se miran, bajo la sombra de la luna
 
en la ciudad, de la piedad
 
donde las personas
 
limpian el sudor
 
de letras intestadas, de combatir
contra una mente cerrada
 
llena de ambiciones y miedos…
 
pero has de llegar ha casa
cansado de “estudiar”,
 
y te recuestas en el sillón
con una almohada
 
frente a la tele.
 
Pensando mil tonterías,
 
como tomar de noche
 
y si se puede estudiar de día…
 
así has de vivir
estudiante, que todo lo sabe
y nada lo puede,
 
eres como la lluvia
 
que cae y cae sin avisar
 
pero al mantener en calma
 
el deseo de luchar y triunfar
 
tiras al viento el alma
 
y recoges del mar, la mente
 
esa mente, perdida en pensamientos
 que viajan al cielo y no al momento…
 
pero no te rindas lucha
 
lucha contra la mustia flojera
 
haz lo que siempre has deseado ser
una persona con valores
despierta tu dignidad
 
y no te rindas, estudia… Estudiante


Nicanor Parra
El Hombre Imaginario             3ro  columna central 

El hombre imaginario
vive en una mansión imaginaria
rodeada de árboles imaginarios
a la orilla de un río imaginario
De los muros que son imaginarios
penden antiguos cuadros imaginarios
irreparables grietas imaginarias
que representan hechos imaginarios
ocurridos en mundos imaginarios
en lugares y tiempos imaginarios
Todas las tardes imaginarias
sube las escaleras imaginarias
y se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que consiste en un valle imaginario
circundado de cerros imaginarios
Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario
entonando canciones imaginarias
a la muerte del sol imaginario
Y en las noches de luna imaginaria
sueña con la mujer imaginaria
que le brindó su amor imaginario
vuelve a sentir ese mismo dolor
ese mismo placer imaginario
y vuelve a palpitar
el corazón del hombre imaginario


EL OLVIDO DE LOS AÑOS      3ro opcional cualquier columna

En medio de mis olvidos
se me presenta la imagen
de aquella tarde sombría
cuando escuche la promesa
de que pronto volverían.
Y vi sus pasos marcharse
allá por las cuatro esquinas
y volví, volví mis ojos, con la mirada perdida
por los años que te roban
el color de las pupilas.
Hoy tengo una nueva cama,
y tal vez nuevas amigas,
tengo un ventanal enorme
y un jardín lleno de ortigas,
una enfermera que vela
la hora de las noticias
mientras yo, clamando ayuda,
sigo en el piso tendida
esperando que una mano
venga y se llame “familia”.
Me golpean los recuerdos
crueles, metálicos, fríos.
Ahora son lentos mis pasos
y lejanas mis historias.
Se han perdido mis ayeres,
los vuelos de mis vestidos
han coleccionado polvo
y cenizas del olvido.
Hoy busco en mi mente inquieta:
la hora de las pastillas
el cumpleaños de mi nieta,
y cada evento ordinario
es una fecha imposible
de hallar en mi calendario.
Inexorable es la partida del ayer,
es una sombra inalcanzable
con manos gigantes que me dicen adiós...
Soy tan sólo ese triste estorbo
que finalmente lograron evadir
...me arrincono contra esos muros
inclementes, y desesperanzados,
de este muelle donde encallan
mis últimas ilusiones.
Ya no me quedan victorias
…¡la vida como premio me coronó con el olvido!