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viernes, 31 de agosto de 2012

MARIANELA DE BENITO PEREZ GALDOS

El doctor Teodoro Golfín después de una larga caminata solo sin rumbo fijo al atardecer desde Villamojado, luego guiado primero por un joven ciego de aproximadamente veinte años llamado Pablo de Penáguilas junto con su perro Choto y luego por una muchacha llamada Nela, lazarillo de Pablo, llega al final con motivo de visita hasta las oficinas de su hermano Carlos Golfín, allá en las minas de Socartes, ubicado al norte de España. El señor Carlos, era ingeniero minero y vivía con su esposa Sofía, tuvieron hijos pero todos murieron, de modo que no los tenían. La Señora Sofía se dedicaba a tocar piano y realizar actividades a favor de los pobres de esa zona. Teodoro Golfín nota desde el primer momento las bondades de los que fueron sus acompañantes, pero mayor conmoción fue conocer el caso de Nela, que derivaba de Marianela o María Canela por ser hija de ésta: Nela era una huérfana desde niña de padre y madre y ya tenía 16 años, pero su apariencia era de doce años. Su padre era trabajador de la mina y había muerto con una enfermedad; su madre también trabajaba en la mina, pero fue despojada de su trabajo por el vicio de la borrachera y más tarde se suicidó lanzándose al abismo de un lugar de la mina llamado Trascava. Marianela, de bebé se cayó a un resbaladero y fue a dar sobres las piedras y desde entonces tenía el rostro desfigurado, por tanto la fealdad física era muy notoria. De niña fue a vivir con la familia del señor Sinforoso Centeno, un capataz de ganado de las minas, pero su condición era de miseria total, los años que fueron de su vida fueron terribles que tenía la idea de que no servía para nada. La familia Centeno se constituía de cuatro hijos, todos ellos sentenciados a trabajar en la mina a fin de amasar riquezas y vivir con mayor comodidad material, sin embargo no gozaban de felicidad, puesto que la Señora Ana, esposa del Señor Centeno tenía muy controlado la conducta de los integrantes de la casa incluyendo la de Nela. El último de los hijos tenía 12 años llamado Celipín, quien no tenía mayores y privilegios que Nela y vivían similares condiciones en su propia casa, y por lo mismo compartían sentimientos pueriles. La familia Centeno vivió al principio también en miseria vendiendo Pucheros. Celipín prometió irse de su casa y seguir una vida tomando como ejemplo la historia del señor Teodoro. El señor Teodoro y su hermano menor Carlos, desde niños fueron huérfanos y muy pobres, pero lucharon con mucha firmeza hasta convertirse en un famoso Médico y el otro en un buen Ingeniero. Su lema fue adelante siempre adelante, y aún mantenían ello en esos días de adultez. Sin embargo, Nela desde hace un año y medio, cuando conoció a su amo Pablo y le sirvió de lazarillo, vivió muy alegre a pesar del abandono total por parte de la sociedad. Pablo, era un joven ciego de nacimiento y huérfano de madre, hijo de don Francisco de Penáguila cuya posición económica en el caserío de Aldeacorva era muy cómoda. Pablo era hijo único y su padre a pesar de la abundancia de sus riquezas, jamás estuvo feliz debido a la salud de su hijo; entonces de muchos modos trató de instruirlo y para que pase mejor los días contrató los servicios de Nela que era vagabunda por esos lugares. Nela y su amo Pablo, paseaban por el campo, ella le describía la belleza de la naturaleza de esos lugares a fin de que Pablo imagine y sintiese felicidad. En esos días en que Teodoro llegaba a las minas de Socartes, en uno de los paseos, el joven Pablo confiesa su amor a Marianela y la convence que cuando recobre la vista se casaría con ella, la obliga a presumir que Marianela es hermosa, luego de las tentativas noticias del intento de recuperar la vista por obra del doctor Teodoro Golfín, quien juntamente con su hermano Carlos y Sofía habían visitado a la casa de los Penáguila. Los días que siguieron, se anunciaba el día de la llegada del hermano de don Francisco, don Manuel de junto a su hija Florentina desde Santa Irene de Campó, también se anunciaba el día de la operación de los ojos de Pablo, así mismo se rumoreaba que luego del Matrimonio de Pablo con su prima Florentina luego de la operación. Ante tales anuncios, Nela empezó a desesperarse, pues temía que cuando Pablo recobre la vista la encontraría fea y no se casaría con ella, cuando esta ya la había idolatrado a su amo y lo amaba. Nela conoció a Florentina al amanecer de una noche de muchas oraciones hacia la Virgen Santísima, creyó al verla en el campo que le había aparecido la misma virgen, pero después de tanto asombro, conoció que era la prima de Pablo, sin embargo estaba convencida que dentro de esa personalidad estaba la Virgen Santísima. Los días que siguieron a la operación de Pablo, Nela no quiso aparecer en Aldeacorba de Suso, y menos al enterarse que su amo ya había recobrado la vista. Florentina fue informado de las condiciones de Nela y trató de protegerla por toda una vida y llevarla con Pablo que constantemente preguntaba por ella, pero en el camino Nela huyó. Después de recobrar la vista, Pablo vio la hermosura de su prima y se enamoró, dejando a Nela en segundo plano, ya que no la había visto. La recuperación de Pablo fue paulatino, él experimento con asombro el poseer la funcionalidad del sentido de la vista, poco a poco se acostumbró a la percepción de su sentido. Nela vagó por los alrededores de la mina y se acercaba a la estancia de los De Penáguila, sólo en las noches y sin que nadie la advirtiera. En esos días, Celipín se marchaba de ese lugar y en el camino se encontró con Marianela, invitó fugarse, pero después de meditar Nela optó por quedarse. El chiquillo se marchó. Nela después de que Cepilín se había marchado, estaba cerca del abismo de Trascava resuelta en su desesperación a suicidarse e irse al lado de su madre. Por virtud del perro Choto, el señor Teodoro logró ubicarle y con muchas reflexiones y exigencias, logró sacar de esa decisión y descubrió las causas de su tristeza y dolor y luego de haberse desmayado ella por su desesperación sentimental, la llevó cargando hasta la casa de los De Penáguila. Nela fue asistida por el Médico y se recobró, se reincorporó y ante la pregunta de con quién prefería quedarse el resto de su vida, ella prefirió al Señor Teodoro, dejando constancia que Florentina no se resienta, ya que es una buena señorita que tiene a la Virgen María en su corazón, pero a la vez es quien la arrebata a su amado Pablo. En esos instantes el enamorado Pablo, salió a ver a Florentina y demostró mucho cariño y amor a su prima. Luego de advertir la presencia y consejo del doctor Teodoro, Pablo antes de irse, al ver a una chica que estaba recostada en el sofá cubierta con trapos, miró acercándose y dijo que ya había escuchado que habían de dar protección a una pobre de ese lugar. Pero, Nela estiró el brazo y cogió la mano de Pablo y la besó y en seguida se identificó; enseguida se desmayó y luego de intentos de recuperarla una y otra vez, Nela terminó falleciendo… Los funerales de Nela fueron de lo más costoso y su sepulcro fue con piedras blancas y de porte imponente, se la sepultó como a una millonaria y mártir, se dio un nombre a Nela y se la llamó póstumamente MARÍA MANUELA TELLEZ, acaeciendo su muerte el 12 de octubre de 186… En Memoria de Nela, se erigió unas guirnaldas de flores primorosamente tallada en mármol. Meses más tarde del entierro, Pablo y Florentina se casaron, unos turistas llegaron al lugar y llenos de asombro, hicieron unas anotaciones y publicaron en un periódico inglés. Lo sorprendente de los postreros días, es lo que se dijo que el espléndido sepulcro, era de una ilustre joven célebre por su hermosura en aquel país llamada doña Mariquita Manuela Téllez, que perteneció a una de las familias más nobles y acaudaladas de Cantabria y se vestía con andrajos con la finalidad de confundirse con los pobres y mendigos a fin de asistir a las actividades sociales del pueblo, pero de ella muchos poetas escribieron muchas composiciones poéticas en honor de esa gentil doncella. Después se contará la historia de Cepilín.

lunes, 27 de agosto de 2012

A buen juez mejor testigo de Zorrilla

Poema de Zorrilla
“A buen juez mejor testigo”

1.     Diego jura casarse con Inés
"Dentro de un mes Inés mía,
Partiré a la guerra de Flandes;
Al año estaré de vuelta
Y contigo en los altares.

Honra que yo te desluzca,
Con honra mía se lave;
Que por honra vuelven honra
Hidalgos que en honra nacen.

-Júralo, exclamó la niña.
-Más que mi palabra vale
No te valdrá un juramento.
-Diego, la palabra es aire.

-iVive Dios que estás tenaz!
Dalo por jurado y baste.
-No me basta; que olvidar
Puedes la palabra en Flandes.


Vaciló un punto Martínez,
Mas porfiando que jurase,
Llevole Inés hacia el templo
Que en medio la vega yace.

Enclavado en un madero,
En duro y postrero trance,
Ceñida la sien de espinas,
Descolorido el semblante.

Veíase allí un crucifijo
Teñido de negra sangre,
A quien Toledo devota
Acude hoy en sus azares.

Ante sus plantas divinas
Llegaron ambos amantes,
Y haciendo Inés que Martínez
Los sagrados pies tocase.

Preguntole:
-Diego, ¿juras a tu vuelta desposarme? Contestó el mozo:
-¡Sí juro!
Y ambos del templo se salen.

2. Inés esperaba a Diego, el cual luchaba en Flandes...
Así Inés desesperaba
Sin acabar de esperar,
Y su tez se marchitaba
Y su llanto se secaba
Para volver a brotar

En vano a su confesor
Pidió remedio o consejo
Para aliviar su dolor;
Que mal se cura el amor
Con las palabras de un viejo.

En vano a Iban acudía,       
Llorosa y desconsolada;   
El padre no respondía;      
Que la lengua le tenía         
Su propia deshonra atada.

Y ambos maldicen su estrella
Callando el padre severo
Y suspirando la bella,
Porque nació mujer ella
Y el viejo nació altanero.

Dos años al fin pasaron
En esperar y gemir,
Y las guerras acabaron,
Y los de Flandes tornaron
A sus tierras a vivir

Pasó un día y otro día,
Un mes y otro mes pasó,
Y el tercero año corría;
Diego a Flandes partió,
Mas de Flandes no volvía.

3. Finalmente Diego regresó pero...
Asióse a su estribo Inés
Gritando: -iDiego, eres tú!
-Y él viéndola de través
Dijo - ¡Voto a Belcebú,
Que no me acuerdo quién es!

Dio la triste un alarido
Tal respuesta al escuchar,
Y a poco perdió el sentido,
Sin que más voz ni gemido
Volviera en tierra a exhalar

4. Diego desconoce haber jurado casarse con Inés...
Mas él, que olvidando todo
Olvidó su nombre mismo,
Puesto que Diego Martínez
Es el capitán Don Diego.

Ni se ablanda a sus caricias,
Ni cura de sus lamentos;
Diciendo que son locuras
De gentes de poco seso;

Que ni él prometió casarse
Ni pensó jamás en ella.
¡Tanto mudan a los hombres
Fortuna, poder y tiempo!

En vano porfiaba Inés
Con amenazas y ruegos;
Cuanto más ella importuna
Está Martínez severo.

Abrazada a sus rodillas
Enmarañada el cabello,
La hermosa niña lloraba
Prosternada por el suelo.

Mas todo empeño es inútil,
Porque el capitán Don Diego
No ha de ser Diego Martínez
Como lo era en otro tiempo.

5. Doña Inés le reclama y dice...
"Contigo se fue mi honra,
Conmigo tu juramento;
Tus buenas prendas son ambos,
En buen fiel las pesaremos."

6. Inés recurre al gobernador Pedro Ruiz de Alarcón...
Mujer, ¿qué quieres?
-Quiero justicia, señor
- ¿De qué?
- De una prenda hurtada.
- ¿Qué prenda?
- Mi corazón.
- ¿Tú le diste?
- Le presté.
- Y no te han vuelto?
- No.
- ¿Tienes testigos?
- Ninguno.
- ¿Y promesa?

-iSí, por Dios!

Que al partirse de Toledo
Un juramento empañó

- ¿Quién es él?
- Diego Martínez.
- Noble?
- Y capitán, señor
- Presentadme al capitán,
Que cumplirá si juró.
Quedó en silencio la sala,
Y a poco en el corredor


7. Pedro Ruiz de Alarcón interroga a Diego Martínez
- Sois el capitán Don Diego, Díjole Don
Pedro, vos? -Contestó altivo y sereno
Diego Martínez:
-Yo soy
- ¿Conocéis a esta muchacha?
- Ha tres años, salvo error.
- ¿Hicisteis juramento
De ser su marido?-
- No.
- ¿Juráis no haberla jurado?
- Sí juro.
- Pues, id con Dios.
- ¡Miente! -clamó Inés llorando
De despecho y de rubor
- Mujer, ¡piensa lo que dices!...
- Digo que miente, juro.
- ¿Tienes testigos?
-Ninguno.
- Capitán, idos con Dios,
Y dispensad que acusado
Dudara de vuestro honor.

Tomó Martínez la espalda
Con brusca satisfacción,
E Inés, que le vio partirse,
Resuelta y firme gritó:
-Llamadle, tengo un testigo.
Llamadle otra vez, señor
Volvió el capitán Don diego,
Sentose Ruiz de Alarcón.

8. Interrogado el Cristo de la Vega, sobre el juramento de Diego a Inés...
-"Jesús, Hijo de María,
Ante nos esta mañana
Citado como testigo
Por boca de Inés de Vargas,

¿Juráis ser cierto que un día
A vuestras divinas plantas
Juró a Inés Diego Martínez
Por su mujer desposarla?"

Asida a un brazo desnudo
Una mano atarazada
Vino a posar en los autos
La seca y hendida palma

Y allá en los aires "iSí juró!"
Clamó una voz más que humana
Alzó la turba medrosa
La vista a la imagen santa...

Los labios tenía abiertos,
Y una mano desclavada.

La ajorca de oro - autor Bécquer

La ajorca de oro
Autor Bécquer
(Leyenda toledana)
   Ella era hermosa, hermosa con esa hermosura que inspira el vértigo, hermosa con esa hermosura que no se parece en nada a la que soñamos en los ángeles y que, sin embargo, es sobrenatural; hermosura diabólica, que tal vez presta el demonio a algunos seres para hacerlos sus instrumentos en la tierra.
   El la amaba; la amaba con ese amor que no conoce freno ni límite; la amaba con ese amor en que se busca un goce y sólo se encuentran martirios, amor que se asemeja a la felicidad y que, no obstante, diríase que lo infunde el Cielo para la expiación de una culpa.
   Ella era caprichosa, caprichosa y extravagante, como todas las mujeres del mundo; él, supersticioso, supersticioso y valiente, como todos los hombres de su época. Ella se llamaba María Antúnez; él, Pedro Alonso de Orellana. Los dos eran toledanos, y los dos vivían en la misma ciudad que los vio nacer.
   La tradición que refiere esta maravillosa historia acaecida hace muchos años, no dice nada más acerca de los personajes que fueron sus héroes.
   Yo, en mi calidad de cronista verídico, no añadiré ni una sola palabra de mi cosecha para caracterizarlos; mejor.
Capítulo II
   El la encontró un día llorando, y la preguntó:
   ¿Por qué lloras?
   Ella se enjugó los ojos, lo miró fijamente, arrojó un suspiro y volvió a llorar.
   Pedro, entonces, acercándose a María le tomó una mano, apoyó el codo en el pretil árabe desde donde la hermosa miraba pasar la corriente del río y tornó a decirle:
   ¿Por qué lloras?
   El Tajo se retorcía gimiendo al pie del mirador, entre las rocas sobre las que se asienta la ciudad imperial. El sol trasponía los montes vecinos; la niebla de la tarde flotaba como un velo de gasa azul, y sólo el monótono ruido del agua interrumpía el alto silencio.
   María exclamó:
   No me preguntes por qué lloro, no me lo preguntes, pues ni yo sabré contestarte ni tú comprenderme. Hay deseos que se ahogan en nuestra alma de mujer, sin que los revele más que un suspiro; ideas locas que cruzan por nuestra imaginación, sin que ose formularlas el labio, fenómenos incomprensibles de nuestra naturaleza misteriosa, que el hombre no puede ni aun concebir. Te lo ruego, no me preguntes la causa de mi dolor; si te la revelase, acaso te arrancaría una carcajada.
   Cuando estas palabras expiraron, ella tornó a inclinar la frente y él a reiterar sus preguntas.
   La hermosa, rompiendo al fin su obstinado silencio dijo a su amante con voz sorda y entrecortada:
   Tú lo quieres; es una locura que te hará reír; pero no importa; te lo diré, puesto que lo deseas. Ayer estuve en el templo. Se celebraba la fiesta de la Virgen, su imagen, colocada en el altar mayor sobre un escabel de oro, resplandecía como un ascua de fuego; las notas del órgano temblaban, dilatándose de eco en eco por el ámbito de la iglesia, y en el coro los sacerdotes entonaban el Salve, Regina. Yo rezaba, rezaba absorta en mis pensamientos religiosos, cuando maquinalmente levanté la cabeza y mi vista se dirigió al altar. No sé por qué mis ojos se fijaron, desde luego, en la imagen; digo mal; en la imagen, no; se fijaron en un objeto que, hasta entonces, no había visto, un objeto que, sin que pudiera explicármelo, llamaba sobre sí toda mi atención... No te rías...; aquel objeto era la ajorca de oro que tiene la Madre de Dios en uno de los brazos en que descansa su Divino Hijo... Yo aparté la vista y torné a rezar... ¡Imposible! Mis ojos se volvían involuntariamente al mismo punto.Las luces del altar, reflejándose en las mil facetas de sus diamantes, se reproducían de una manera prodigiosa. Millones de chispas de luz rojas y azules, verdes y amarillas, volteaban alrededor de las piedras como un torbellino de átomos de fuego, como una vertiginosa ronda de esos espíritus de las llamas que fascinan con su brillo y su increíble inquietud... Salí del templo; vine a casa, pero vine con aquella idea fija en la imaginación. Me acosté para dormir; no pude... Pasó la noche, eterna con aquel pensamiento... Al amanecer se cerraron mis párpados, y, ¿lo creerás?, aún en el sueño veía cruzar, perderse y tornar de nuevo una mujer, una mujer morena y hermosa, que llevaba la joya de oro y pedrería; una mujer, sí, porque ya no era la Virgen que yo adoro y ante quien me humillo; era una mujer, otra mujer como yo, que me miraba y se reía mofándose de mí. ¿La ves? parecía decirme, mostrándome la joya. ¡Cómo brilla! Parece un círculo de estrellas arrancadas del cielo de una noche de verano.¿La ves? Pues no es tuya, no lo será nunca, nunca... Tendrás acaso otras mejores, más ricas, si es posible; pero ésta, ésta, que resplandece de un modo tan fantástico, tan fascinador..., nunca, nunca. Desperté; pero con la misma idea fija aquí, entonces como ahora, semejante a un clavo ardiendo, diabólica, incontrastable, inspirada sin duda por el mismo Satanás... ¿Y qué?... Callas, callas y doblas la frente... ¿No te hace reír mi locura?
   Pedro, con un movimiento convulsivo, oprimió el puño de su espada, levantó la cabeza, que, en efecto, había inclinado, y dijo con voz sorda:
   -¿Qué Virgen tiene esa presea?
   -La del Sagrario murmuró María.
   -¡La del Sagrario! -repitió el joven con acento de terror-. ¡La del Sagrario de la Catedral!...
   Y en sus facciones se retrató un instante el estado de su alma, espantada de una idea.
   -¡Ah! ¿Por qué no la posee otra Virgen? -prosiguió con acento enérgico y apasionado-. ¿Por qué no la tiene el arzobispo en su mitra, el rey en su corona o el diablo entre sus garras? Yo se la arrancaría para ti, aunque me costase la vida o la condenación. Pero a la Virgen del Sagrario, a nuestra Santa Patrona, yo..., yo, que he nacido en Toledo, ¡imposible, imposible!
   -¡Nunca! -murmuró María con voz casi imperceptible-. ¡Nunca!
   Y siguió llorando.
   Pedro fijó una mirada estúpida en la corriente del río; en la corriente, que pasaba y pasaba sin cesar ante sus extraviados ojos, quebrándose al pie del mirador, entre las rocas sobre las que se asienta la ciudad imperial.
Capítulo III
   ¡La Catedral de Toledo! Figuraos un bosque de gigantescas palmeras de granito que al entrelazar sus ramas forman una bóveda colosal y magnífica, bajo la que se guarece y vive, con la vida que le ha prestado, el genio, toda una creación de seres imaginarios y reales.
   Figuraos un caos incomprensible de sombra y luz, en donde se mezclan y confunden con las tinieblas de las naves los rayos de colores de las ojivas donde lucha y se pierde con la oscuridad del santuario el fulgor de las lámparas.
   Figuraos un mundo de piedra, inmenso como el espíritu de nuestra religión, sombrío como sus tradiciones, enigmático como sus parábolas, y todavía no tendréis una idea remota de ese eterno monumento del entusiasmo y de la fe de nuestros mayores, sobre el que los siglos han derramado a porfía el tesoro de sus creencias; de su inspiración y de sus artes.
   En su seno viven el silencio, la majestad, la poesía del misticismo y un santo honor que defiende sus umbrales contra los pensamientos mundanos y las mezquinas pasiones de la tierra. La consunción material se alivia respirando el aire puro de las montañas; el ateísmo debe curarse respirando su atmósfera de fe.
   Pero si grande, si imponente se presenta la catedral a nuestros ojos a cualquier hora que se penetra en su recinto misterioso y sagrado, nunca produce una impresión tan profunda como en los días en que despliega todas las galas de su pompa religiosa, en que sus tabernáculos se cubren de oro y pedrería; sus gradas, de alfombras, y sus pilares, de tapices.
   Entonces cuando arden despidiendo un torrente de luz sus mil lámparas de plata; cuando flota en el aire una nube de incienso, y las voces del coro y la armonía de los órganos y las campanas de la torre estremecen el edificio desde sus cimientos más profundos hasta las más altas agujas que lo coronan, entonces es cuando se comprende, al sentirla, la tremenda majestad de Dios, que vive en él, y lo anima con su soplo, y lo llena con el reflejo de su omnipotencia.
   El mismo día en que tuvo lugar la escena que acabamos de referir se celebraba en la catedral de Toledo el último de la magnífica octava de la Virgen.
   La fiesta religiosa había traído a ella una multitud inmensa de fieles; pero ya ésta se había dispersado en todas direcciones, ya se habían apagado las luces de las capillas y del altar mayor, y las colosales puertas del templo habían rechinado sobre sus goznes para cerrarse detrás del último toledano, cuando de entre las sombras, y pálido, tan pálido como la estatua de la tumba en que se apoyó un instante mientras dominaba su emoción, se adelantó un hombre que vino deslizándose con el mayor sigilo hasta la verja del crucero. Allí, la claridad de una lámpara permitía distinguir sus facciones.
   Era Pedro.
   ¿Qué había pasado entre los dos amantes para que se arrestara, al fin, a poner por obra una idea que sólo al concebirla había erizado sus cabellos de horror? Nunca pudo saberse. Pero él estaba allí, y estaba allí para llevar a cabo su criminal propósito. En su mirada inquieta, en el temblor de sus rodillas, en el sudor que corría en anchas gotas por su frente, llevaba escrito su pensamiento.
   La catedral estaba sola, completamente sola y sumergida en un silencio profundo. No obstante, de cuando en cuando se percibían como unos rumores confusos: chasquidos de madera tal vez, o murmullos del viento, o, ¿quién sabe?, acaso ilusión de la fantasía, que oye y ve y palpa en su exaltación lo que no existe; pero la verdad era que ya cerca, ya lejos, ora a sus espaldas, ora a su lado mismo, sonaban como sollozos que se comprimen, como roce de telas que se arrastran, como rumor de pasos que van y vienen sin cesar.
   Pedro hizo un esfuerzo para seguir en su camino; llegó a la verja y siguió la primera grada de la capilla mayor. Alrededor de esta capilla están las tumbas de los reyes, cuyas imágenes de piedra, con la mano en la empuñadura de la espada, parecen velar noche y día por el santuario, a cuya sombra descansan por toda una eternidad. ¡Adelante!, murmuró en voz baja, y quiso andar y no pudo. Parecía que sus pies se habían clavado en el pavimento. Bajó los ojos, y sus cabellos se erizaron de horror; el suelo de la capilla lo formaban anchas y oscuras losas sepulcrales.
   Por un momento creyó que una mano fría y descarnada lo sujetaba en aquel punto con una fuerza invencible. Las moribundas lámparas, que brillaban en el fondo de las naves como estrellas perdidas entre las sombras, oscilaron a su vista, y oscilaron las estatuas de los sepulcros y las imágenes del altar, y osciló el templo todo, con sus arcadas de granito y sus machones de sillería.
   ¡Adelante!, volvió a exclamar Pedro como fuera de sí, y se acercó al ara; y trepando por ella, subió hasta el escabel de la imagen. Todo alrededor suyo se revestía de formas quiméricas y horribles; todo era tinieblas o luz dudosa, más imponente aún que la oscuridad. Sólo la Reina de los cielos, suavemente iluminada por una lámpara de oro, parecía sonreír tranquila, bondadosa y serena en medio de tanto horror.
   Sin embargo, aquella sonrisa muda e inmóvil que lo tranquilizara un instante concluyó por infundirle temor, un temor más extraño, más profundo que el que hasta entonces había sentido.
   Tornó empero a dominarse, cerró los ojos para no verla, extendió la mano, con un movimiento convulsivo, y le arrancó la ajorca, la ajorca de oro, piadosa ofrenda de un santo arzobispo, la ajorca de oro cuyo valor equivalía a una fortuna.
   Ya la presea estaba en su poder; sus dedos crispados la oprimían con una fuerza sobrenatural; sólo restaba huir, huir con ella; pero para esto era preciso abrir los ojos, y Pedro tenía miedo de ver, de ver la imagen, de ver los reyes de las sepulturas, los demonios de las cornisas, los endriagos de los capiteles, las fajas de sombras y los rayos de luz que, semejantes a blancos y gigantescos fantasmas, se movían lentamente en el fondo de las naves, pobladas de rumores temerosos y extraños.
   Al fin abrió los ojos, tendió una mirada, y un grito agudo se escapó de sus labios. La catedral estaba llena de estatuas, estatuas que, vestidas con luengos y no vistos ropajes, habían descendido de sus huecos y ocupaban todo el ámbito de la iglesia y lo miraban con sus ojos sin pupila.
   Santos, monjes, ángeles, demonios, guerreros, damas, pajes, cenobitas y villanos se rodeaban y confundían en las naves y en el altar. A sus pies oficiaban, en presencia de los reyes, de hinojos sobre sus tumbas, los arzobispos de mármol que él había visto otras veces inmóviles sobre sus lechos mortuorios, mientras que, arrastrándose por las losas, trepando por los machones, acurrucados en los doseles, suspendidos en las bóvedas ululaba, como los gusanos de un inmenso cadáver, todo un mundo de reptiles y alimañas de granito, quiméricos, deformes, horrorosos.
   Ya no pudo resistir más. Las sienes le latieron con una violencia espantosa; una nube de sangre oscureció sus pupilas; arrojó un segundo grito, un grito desgarrador y sobrehumano, y cayó desvanecido sobre el ara.
   Cuando al otro día los dependientes de la iglesia lo encontraron al pie del altar, tenía aún la ajorca de oro entre sus manos, y al verlos aproximarse exclamó con una estridente carcajada:-
   -¡Suya, suya!
   El infeliz estaba loco.

jueves, 23 de agosto de 2012

OLIVER TWIST Charles Dickens

FAUSTO - MARÍA - HERNANI

FAUSTO
Este drama, consta de dos partes reunidas en más de once mil versos y que le costó a Goethe un espacio de sesenta años (1772 - 1831). La primera parte fue publicada en 1808 y la segunda apareció en 1831. Tiene  como asunto central la lucha metafísica entre el bien y el mal por la posesión de la libre voluntad humana. La obra inicia con un prólogo en el cielo, en el cual discuten Lucifer y Dios por la posesión del alma del buen Fausto. Posteriormente vemos a Fausto, un anciano de cerca de ochenta años amante de bien y la sabiduría, que lucha por la posesión de la clave del mundo y, ante la resistencia del enigma, se ve tentado al suicidio, a lo cual renuncia al escuchar las campanas del día de Resurrección. En este momento se le aparece Mefistófeles (Lucifer) y le propone un pacto: lo hará recobrar su juventud y gozará de los placeres de la vida a cambio de que le entregue su alma. Fausto acepta el acuerdo y se lanza, en compañía de Mefistófeles, a gozar los placeres mundanos. Mefistófeles saca a Fausto de su aislamiento y lo lleva en un primer momento a gozar del placer del licor en la taberna de Auerbach, en Leipzig, posteriormente, en la cocina de una bruja le devolverá la juventud y ahora sí, Fausto conocerá el placer del amor, se encuentra con Margarita (Gretchen), muchacha ingenua y bella, a quien seducirá gracias a Mefistófeles. El acoso de la pasión amorosa de Fausto hará caer a Margarita en el pecado, lo cual le  traerá consecuencias funestas: sin pretenderlo, da muerte a su madre, asesina al hijo de su pecado y, finalmente, su hermano Valentín cae muerto a manos de Fausto cuando quería vengar el honor familiar. Sin embargo, Margarita es salvada por voluntad divina de la prisión a la que va después de su infanticidio y es llevada a los cielos ante la mirada absorta de Fausto y Mefistófeles que venían a rescatarla, concluyendo, así, la primera mitad de la obra.
                En la segunda parte continúa el viaje cósmico de Fausto y Mefistófeles. Este último traslada a Fausto a las altas esferas del espíritu: las relaciones sociales y políticas y los ámbitos culturales. Fausto aparece en la corte del Emperador de Alemania. La desgracia y la escasez se abaten sobre el imperio. La astucia y sabiduría, sobre todo las artes mágicas de Fausto salvan a la sociedad. Descubre nuevas fuentes de riquezas y soluciona problemas financieros, mediante el papel moneda. Posteriormente, Fausto es trasladado por un ser artificial, creado por Wagner, su discípulo, en un túnel del tiempo y del espacio mágico y llevado a la llanura farsálica, donde encuentra a Helena, la máxima expresión de la belleza griega, y de la cual se enamora. Se celebran las bodas, con la cual  se consuma la unión de la cultura antigua (Helena) y la cultura nórdica alemana (Fausto) de la cual nace Euforión (La poesía moderna), que para Goethe será Lord Byron. Este hijo deseará las alturas bravías de la lucha y la luz, lo que provoca su muerte, al intentar volar. Helena sigue la suerte de su hijo y se desvanece el sueño de Fausto. Vuelto al presente y a la corte, colaborará decisivamente a la victoria del Emperador sobre sus enemigos, por lo que recibirá una franja litoral que se ve amenazada por el mar, el cual Fausto calma con sus ritos mágicos. Llegado este momento Fausto decide entregar su alma al demonio. Cuando Mefistófeles cree hacerse con el alma de Fausto, un coro de ángeles reivindica su posesión. El amor de caridad mostrado y las oraciones de Margarita le abren a Fausto las puertas de la bienaventuranza, con la cual concluye la obra.

MARÍA DE JORGE ISAACS
-      Tema: un idilio, truncado por la muerte y reconstruido a través de bellos recuerdos.
Argumento: Efraín, luego de seis años de estudios en Bogotá, retorna a su hogar y se percata que las niñas que dejó (sus hermanas y María) son ahora una hermosas adolescentes. Aquella María, antes llamada Esther, pronto encendió el amor en el corazón de Efraín. El amor hace presa de ambos, siendo este, tierno y callado, solo la sombra de una enfermedad epiléptica en María, le impide revelarle su sentimiento. Su madre le anuncia que tendrá que viajar a Londres para culminar sus estudios de Medicina, y la autoridad paterna lo obliga a realizar el viaje. Durante un año, la nutrida correspondencia sirvió de lenitivo a los jóvenes enamorados. En el segundo año, la comunicación desmejoró y avanzó peligrosamente. Más tarde, Efraín recibe la noticia de la gravedad de María; regresa inmediatamente pero solo para encontrar la tumba de su amada. Finalmente, estremecido por el dolor, cabalga hacia lo desconocido.

HERNANI O EL HONOR CASTELLANO de VICTOR HUGO
Es un poema dramático en cinco actos representado por primera vez en 1830. El espacio de la historia se da en España a principios del siglo XVI. La bella doña Sol es amada apasionadamente por el desterrado Hernani, quien al no poder vivir sin ella rompe todo vínculo social y se reúne en el monte con los bandoleros, desde donde se entera de las rondas furtivas de doña Sol quien es pretendida por un tío suyo, Ruy Gomes, que trata de someterla a su voluntad, Hernani también tiene otro rival en el joven rey de España, don Carlos. La situación se complica cuando Hernani y Gomes coinciden en conspirar contra don Carlos. El rey sorprende en una ocasión a Hernani en casa de doña Sol, éste guarda el secreto salvándole la vida, por su parte Hernani paga con igual moneda, salvando la vida del rey de los puñales de los conjurados. Gomes para evitar la insistencia de rey a su sobrina, la aloja en su castillo, allí tanto Hernani como don Carlos son sorprendidos por el anciano pretendiente. En estos momentos el rey aparece y rapta a doña Sol, Hernani prisionero de Gomes acuerdan una persecución al rey; a cambio de la libertad Hernani se compromete a matarse cuando oiga el cuerno de Gomes, posteriormente don Carlos captura a los levantados, pero en esos momentos ha sido elegido emperador, asumiendo su responsabilidad, deja atrás las juveniles aventuras y obrando con clemencia los perdona a todos y permite que Hernani se case con doña Sol. En la misma noche de bodas, Hernani escucha el cuerno de Gomes, se envenena y con él doña Sol, horrorizado de semejante tragedia, éste decide suicidarse.
Se pone de presente en estos eventos, la fatalidad de las pasiones y el absoluto acatamiento a las reglas del honor caballeresco y la palabra empeñada.
 

miércoles, 22 de agosto de 2012

COMO NO CREEER EN DIOS

COMO NO CREEER EN DIOS

Yo te llevo desde niño muy adentro
te encontraba en el pájaro y la flor
en la lluvia,  en la tierra y el silencio
y  en mis  sueños cada noche estabas tú
desde entonces quiero darte siempre gracias
porque puedo darme cuenta de tu amor
beberé de tu cuerpo y de tu sangre 
y  por siempre te daré mi corazón

¿Cómo no creer en Dios?
Si me ha dado los hijos y la vida
¿Cómo no creer en Dios?
Si me ha dado la mujer querida
¡Cómo  no creer en Dios!
Si lo siento en mi pecho a cada instante
En la  risa de un niño por la calle
O en la tierna caricia de una madre
¿Cómo no?

¿Cómo no creer en Dios?
Si está en las niñas y en el manso trigo
¿Cómo no creer en Dios?
Si me dio la mano abierta de un amigo
¡Cómo no creer en Dios!
Si me ha dado la tristeza y la alegría
De saber que hay un mañana cada día
Por  la fe,  Por la esperanza y el amor
¿Cómo no?

Lalarayralalarayla(3)






¿¿Cómo no creer en Dios??
Si me  ha dado la tristeza y la alegría
de saber Que hay un mañana cada día
por la fe  por  la esperanza y el amor

¿Cómo no creer?
Si me dado los hijos y la vida
¿Cómo no creer?
Si me ha dado la mujer querida
¿Cómo no creer en Dios?
Si está en las niñas y en el  manso y trigo
¿Cómo no creer en Dios?
Si me dio  la mano abierta de un amigo
¿Cómo no creer en Dios?
Si me ha dado los hijos y la vida
¿Cómo no creer en Dios?
Si me ha dado la mujer querida
¿Cómo no creer en Dios?
Si está en las niñas y en el manso trigo

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