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domingo, 8 de julio de 2018

MODERNISMO PERUANO

MODERNISMO PERUANO    
I.              GENERALIDADES: El Modernismo es una corriente literaria de origen hispanoamericano que se da desde fines del siglo XIX. Hasta la segunda década del siglo XX. Surgió contra los excesos románticos y el Realismo.

II.             PRECURSOR: Fue el nicaragüense Rubén Darío, al publicar "Azul" (1888). Darío explicó que el espíritu del Modernismo no es otra cosa que el verso y la prosa castellanos pasados por el fino tamiz del buen verso y de la buena prosa francesa. Darío se exultó con los nuevos ritmos, el exotismo, la elegancia, el individualismo que definirían al Modernismo, corriente que América entrega como creación heroica y cuota a la Literatura Universal.

III.            CARACTERÍSTICAS:
   ●          Musicalidad.                                            Cromatismo
   ●          Neologismos y arcaísmos                           Preciosismo, exotismo y fantasía.

IV.           REPRESENTANTES:
   ●          José Santos Chocano : "Alma América"
   ●          Ventura García Calderón : "La venganza del Cóndor" ("El Alfiler")
   ●          Clemente Palma : "Cuentos Malévolos", "Los Ojos de Lina", "X, Y, Z"
   ●          José Gálvez ("El poeta de la Juventud") : "Una Lima que se va", "Oda pindárica a Grau"; "Estampas Limeñas".

JOSÉ SANTOS CHOCANO  (Lima 1876 - Chile 1 934)
Al frisar los veinte años, vibrando románticamente por la libertad conspiró en versos candentes contra la tiranía de Cáceres; lo que valió ser encarcelado en los aljibes de Casasmatas del Callao; hasta que lo liberó la revolución triunfante del 95. Desde entonces ejerció activamente su profesión literaria, publicando varios libros de versos. En 1 903 viajó a España, como secretario de una misión diplomática, y se vinculó a los círculos intelectuales más destacados de Madrid, donde se reconoció su alto valor literario.

Fue también diplomático en Colombia y cónsul en Centro América. Por mucho tiempo vivió en Guatemala, sirviendo en el consejo de Estrada Cabrera, acusado de usurpación tiránica. A la caída de éste, estuvo a punto de ser fusilado, pero lo salvaron las más grandes figuras mundiales: reyes, presidentes, novelistas, poetas, que intervinieron a su favor. Volvió al Perú (1 921) y fue recibido triunfalmente ofreciéndosele una corona de laurel. Después se estableció en Chile, siempre entregado a sus labores de escritor, en donde murió asesinado (1 934). "Su historia, dice Ventura García Calderón, es una novela apasionada y extravagante como sus versos" y así ha sido, realmente hasta su dramática conclusión.

Obras literarias:
-              Iras Santas                            -              En la aldea
-              El derrumbe                          -              Cantos del Pacífico
-              Canto del siglo                      -              Ayacucho y los Andes
-              Fiat Lux                               -              Oro de Indias
-              La epopeya del Morro             -              Alma América

Dramáticas:
-              Termidor                             -              Los conquistadores

CLEMENTE PALMA           (Lima 1 872 - 1 946)
 Hijo del gran tradicionalista, encabeza, a su vez, la primera reacción contra el reinado de la tradición y del realismo.
A Clemente se le nota una narrativa cuentística dentro de la morbosidad y la fantasmagoría a lo Poe. Cabe mencionar que Edgard Allan Poe habría señalado el camino de este género literario y sería uno de los maestros que influyeran en la configuración del mismo, al lado de los franceses y los eslavos. El cuento a partir de Poe fue concreto, con este acontecimiento sorpresa, no se entrega a detalles, ni a la naturaleza, ni al ambiente, como tampoco a la morosidad discursiva de la novela, dando así el impacto que caracteriza fundamentalmente al cuento.

Obras:
 -              Había una vez un hombre                              -              Los canastos
-              Cuento malévolos                                         -              El quinto evangelio
-              El hijo pródigo                                            -              La granja blanca
-              La leyenda de Hachison                                 -              Historia malignas
-              Los ojos de Lina                                          -              X, Y, Z (Novela grotesca)
-              Crónica políticas - domésticas - taurinas (Las firmó con el seudónimo de Juan Apapucio Corrales).

VENTURA GARCÍA CALDERÓN
 Nació en París en 1 886. Fue hijo del ex - presidente Francisco García Calderón. Estudió en el colegio "La Recoleta", posteriormente en la universidad de San Marcos, estudió letras, ciencias políticas y derecho.
 Fue canciller del consulado del Perú en París y en Londres. En 1 930 presidió la delegación peruana ante la Sociedad de Naciones (Hoy O.N.U)
 Falleció en París en  1 959.

Obras:
 "La venganza del Cóndor"                                "Dolorosa y desnuda realidad"
"Los mejores cuentos americanos"                      "Virajes"
"Del romanticismo el modernismo"                    "Vale un Perú"

Apreciación
 Fue modernista por su estilo y por espíritu, de refinada línea, su obra literaria es de gran trascendencia.
 En 1 934 fue presentado como candidato al Premio Nóbel de Literatura, sin mayor fortuna. En su obra presenta acontecimientos pertenecientes a nuestra realidad geográfica, en sus cuentos maneja con indudable eficiencia la Técnica del cuento, destacado entre ello. "Coca", "El alfiler" "Yacu mama"
 César Vallejo opinó acerca de Ventura García Calderón: "Lo tengo entre los maestros de todos los tiempos del idioma"…

EL ALFILER
De La Venganza del Cóndor
VENTURA GARCÍA CALDERÓN
                La bestia cayó de bruces, agonizante, rezumando sudor y sangre, mientras el jinete, en su santiamén, saltaba a tierra al pie de la escalera monumental de la hacienda Ticabamba. Por el obeso balcón de cedro asomó la cabeza fosca del hacendado, don Timoteo Mondaraz, interpelando al recién venido, que temblaba.
                Era burlona la voz de sochantre del viejo tremendo:
-              Qué te pasa, Borradito? Te están repiqueteando las choquezuelas…¡Si no nos comemos aquí a la gente! Habla, no más …
                El borrachito, llamado así en el valle por el rostro picado de viruelas, asía con desesperada mano el sombrero de jipijapa, y quiso explicar tantas cosas a la vez - la desgracia súbita, su galope nocturno de veinte lenguas, la orden de llegar en pocas horas, aunque reventara la bestia en el camino -, que enmudeció por un minuto.
De repente, sin respirar, exhaló su ingenua retahíla:
-              Pues le diré a mi amito que me dijo el niño Conrado que le dijera que anoche mismito agarró y se murió la niñas Grimanesa.
Si don Timoteo no sacó el revólver, como siempre que se hallaba conmovido, fue, sin duda, por mandato especial de la Providencia: pero estrujó el brazo del criado, queriéndole extirpar mil detalles.
-              ¿Anoche?… ¿Está muerta?… ¿Grimanesa? …
                Algo advirtió quizá en las oscuras explicaciones del Borrachito, pues sin decir palabra, rogando que no despertaran a su hija, "la niña Ana María", bajó él mismo a ensillar su mejor "caballo de paso". Momentos después galopaba a la hacienda de su yerno, Conrado Basadre, que el año último casara con Grimanesa, la linda y pálida amazona, el mejor partido de todo el valle. Fueron aquellos desposorios una fiesta sin par, con sus fuegos de bengala, sus indias danzantes de camisón morado, sus indias, que todavía lloran la muerte de los incas, ocurrida en siglos remotos, pero reviviscente en la endecha de la raza humillada, como los cantos de Sión en la terquedad sublime de la Biblia.
                Luego, por los mejores caminos de sementeras, había divagado la procesión de santos antiquísimos que ostentaban en el ruedo de velludo carmesí cabezas disecadas de salvajes. Y el matrimonio tan feliz de una linda moza con el simpático y arrogante Conrado Basadre terminaba así… ¡Badajo!…
                Hinchadondo las espuelas nazarenas, don Timoteo pensaba, aterrado, en aquel festejo trágico. Quería llegar en cuatro horas a Sincavilca, el antiguo feudo de los Basadre.
En la tarde ya vencida, se escuchó otro galope resonante, premioso, sobre los cantos rosados de la montaña. Por  prudencia, el anciano disparó al aire, gritando:
-              ¿Quién vive?
Refrenó su carreta el jinete próximo y, con voz que disimulaba mal su angustia, gritó a su vez:
-              ¡Amigo, soy yo! ¿No me conoce? El administrador de Sincalvilca. Voy a buscar al cura para el entierro.
Estaba tan turbado el hacendado, que no preguntó por qué corría tanta prisa en llamar al cura si Grimanesa estaba muerta, y por que razón no se hallaba en la hacienda de capellán. Dijo adiós con la mano y estimuló a su cabalgadura, que arrancó a galopar con el flanco lleno de sangre.
                Desde el inmenso portalón que clausuraba el patio de la hacienda, aquel silencio acongojaba. Hasta los perro, enmudecidos, olfateaban la muerte. En la casa colonial, las grandes puertas claveteadas de plata ostentaban ya crespones en forma de cruz. Don Timoteo atravesó los grandes salones desiertos, sin quitarse las espuelas nazarenas, hasta llegar a la alcoba de la muerta, en donde sollozaba Conrado Basadre. Con voz empeñada por el llanto, rogó el viejo a su yerno que lo dejara solo un momento. Y cuando hubo cerrado la puerta con sus manos, rugió su dolor durante horas, insultando a los santos, llamando a Grimanesa por su nombre, besando la mano inanimada, que volvía a caer sobre las sábanas, entre jazmines de Cabo y alhelíes. Sería y ceñuda por primera vez, reposaba Grimanesa como una santa, con las trenzas ocultas en la corneta de las carmelitas y el lindo talle prisionero en el hábito, según la costumbre religiosa en el valle, para santificar a las lindas muertas. Sobre su pecho colocaron un bárbaro crucifijo de plata que había servido a un abuelo suyo para trucitar rebeldes en una antigua sublevación de los indios.
                Al besar dos Timoteo la santa imagen quedó entreabierto el hábito de la muerta, y algo advirtió, aterrado, pues se le secaron las lágrimas de repente y se alejó del cadáver como enloquecido, con repulsión extraña. Entonces miró a todos lados, escondió un objeto en el pocho, y sin despedirse de nadie, volvió a montar, regresando a Ticabamba en la noche cerrada.
                Durante siente meses nadie fue de una hacienda a otra ni pudo explicarse este silencio. ¡Ni siquiera habían asistido al entierro! Don Timoteo vivía enclaustrado en su alcoba, olorosa a estoraque, sin hablar días enteros, sordo a las súplicas de Ana María, tan hermosa como su hermana Grimanesa, que vivía adorando y temiendo al padre terco. Nunca pudo saber la causa del extraño desvío ni por qué no venía Conrado Basadre.
                Pero un domingo claro de junio se levantó don Timoteo de buen humor, y propuso a Ana María que fueran juntos a Sincavilca después de misa. Era tan inesperada aquella resolución, que la chiquilla transitó por la casa durante la mañana entera como enajenada, probándose al espejo las largas faldas de amazona y el sobrero de jipijapa, que fue preciso fijar en las oleosas crenchas con un largo estilete de oro.
                Cuando el padre la vio así, dijo, turbado, mirando el alfiler:
-              Vas a quitarte ese adefesio...
                Ana maría obedeció suspirando, resulta, como siempre, a no adivinar el misterio de aquel padre violento.
                Cuando llegaron a Sincavilca, Conrado estaba domando un potro nuevo, con la cabeza descubierta a todo sol, hermoso y arrogante en la silla negra con clavos y remaches de plata. Desmontó de un salto, y al ver a Ana María, tan parecida a su hermana, en gracia zamaler, la estuvo mirando largo rato, embebecido.
                Nadie habló de la desgracia ocurrido ni mentó a Grimanesa; pero Conrado corto sus espléndidos y carnales jazmines de Cabo para obsequiarlos a Ana María. Ni siquiera fueron a visitar la tumba de la muerta, y hubo un silencio enojoso cuando la nodriza vieja vino a abrazar a la “niña”, llorando.
                ¡Jesús,. María y José! ¡Tan linda como mi amita! ¡Un capulí!
                Desde entonces, cada domingo se repetía la visita a Silcavilca. Conrado y Ana María pasaban el día mirándose en los ojos y oprimiéndose dulcemente las manos cuando el viejo volvía el rostro para contemplar un nuevo corte de caña madura. Y un lunes de fiesta, después  del domingo encendido en que se besaron por primera vez, llegó Conrado a Ticabamba, ostentando la elegancia vistosa de los días de feria, terciado el poncho violeta sobre el pellón de carnero, bien peinada y luciente la crin de su caballo, que “braceaba” con escorzo elegante y clavaba el espumeante belfo en el pecho, como los palafrenes de los libertadores.
                Con la solemnidad de las grande horas, preguntó por el hacendado, y no le llamó, con el respeto de siempre, “don Timoteo”, sino que murmuró, como en el tiempo antiguo, cuando era novio de Grimanesa.:
-              Quiero hablarle, mi padre.
                Se encerraron en el salón colonial, donde estaba todavía el retrato de la hija muerta. El viejo, silencioso, esperó que Conrado, turbadísimo, le fuera explicando, la indecisa y vergonzante voz, su deseo de casarse con Ana María. Medió una pausa tan larga, que don Timoteo, con los ojos entrecerrados, parecía dormir.
                De súbito, ágilmente, como si los años no pasaran en aquella férrea constitución de hacendado peruano, fue a abrir una caja de hierro, de antiguo estilo y complicada llavería, que era menester solicitar con mi ardides y un “santo seña” escrito en un candado. Entonces, siempre silencioso, cogió allí un alfiler de oro. Era uno de esos tipos que cierran el  manto de las indias y terminan en hoja de coca, pero más largo, agudísimo y manchado de sangre negra.
                Al verlo, Conrado cayó de rodillas. Gimoteando como un reo, manifestó:
-              ¡Grimanesa, mi pobre Grimanesa!
                Mas el viejo advirtió, con un violento ademán, que no era el momento de llorar. Disimulando con un esfuerzo sobrehumano su turbación, murmuró en voz tan sorda que no se comprendía apenas:
-              Si, se lo saqué yo del pecho cuando estaba muerta... Tú le habías clavado este alfiler en el corazón... ¿no es cierto? Ella te faltó quizá...
-              Sí, mi padre.
-              ¿Se arrepintió al morir?
-              Sí, mi padre.
-              ¿Nadie lo sabe?
-              No, mi padre.
-              ¿Por qué no lo mataste también?
-              ¡Huyó como un cobarde!
-              ¿Juras matarlo si regresa?
-              ¡Sí, mi padre!
                El viejo carraspeó sonoramente, estrujó la mano de Conrado, y dijo, ya sin aliento:
-              ¡Sí ésta también te engaña, haz lo mismo! ... ¡Toma! ...
                Entregó el alfiler de oro, solemnemente, como otorgaban los abuelos la espada al nuevo caballero, y con brutal repulsa, apretándose el corazón desfalleciente, indicó al yerno que se marchará enseguida, porque era bueno que alguien viera sollozar al tremendo y justiciero don Timoteo Mondaraz.

COMPRENDIENDO
1.             Haz una relación de los personajes principales y secundarios del cuento
 - Principal: _________________________________________
- Secundarios:__________________________________________________________________________________
2.             Menciona los lugares donde se desarrollan los hechos.
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3.             Explica la actitud de Don Timoteo, al abandonar a su difunta hija
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4.             ¿Qué ideas expresa el autor?
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5.             Comenta la actitud de Don Timoteo al final de la obra

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